20 diciembre 2007

El grifo del crédito

Estoy seguro de que muchos de ustedes lo han oído ya: los bancos no prestan con tanta facilidad como antes: Ya conozco algún caso de hipotecas denegadas a alguien que había pagado ya la señal de su piso, las tasaciones no se hacen con tanta alegría y es raro que la hipoteca llegue al 100% del valor de tasación.

Se ha cerrado el grifo del crédito. Eso es más o menos lo que viene pasando. Y ahora se preguntarán ustedes ¿Qué hemos hecho para que ahora los bancos nos digan que no? ¿Somos más vagos, menos trabajadores, menos honrados? ¿Somos menos de fiar que hace seis meses?

La razón no es esa. Imagínense ustedes que se van de viaje un fin de semana, y paran a comer en un pueblo. Entran en el primer restaurante que ven: está limpio, parece agradable y hay gente dentro. Se sientan a la mesa.

El camarero viene a atenderles y les muestra la carta, recomendándoles encarecidamente la merluza, receta de la casa, fresquísima, está buenísima, ya verán lo que les gusta, y así con mucho entusiasmo. Ustedes piden merluza.

Al poco entra otro grupo en el restaurante, se sientan a otra mesa y el camarero les vuelve a sugerir merluza. Ellos aceptan. La misma escena se repite con los clientes que entran después.

Por fin el camarero aparece con la merluza, ustedes se la comen, y efectivamente está muy rica. Ustedes se van tan contentos.

Dos semanas después, repiten excursión, van al mismo restaurante, pero esta vez no les recomiendan nada.

¿Qué ha pasado? ¿Se les ha olvidado la receta de la casa para hacer merluza? ¿Les han caído mal esta vez al camarero? ¿Tienen ustedes mal aspecto? ¿Está el camarero de mal humor hoy?

Nada de eso. El primer día, a ustedes y a todos los demás, les ofrecieron un plato determinad, no porque fuese mejor que los otros, o porque ustedes fuesen mejores clientes que los demás. Se lo ofrecieron porque en cocina lo tenían en abundancia y había que darle salida. Un restaurante vive de vender, y venderá aquello de lo que dispone, y si lo tiene de sobra, lo venderá con más urgencia.

Pues señores, su banco es como el restaurante. Hemos pasado una época de boom crediticio: todos los bancos tenían dinero de sobra para prestar, consecuencia de los bajos tipos de interés. Por eso, sus directivos pasaron una orden a los directores de sucursal "concedan X millones en hipotecas" y éstos, obedientemente, se las han colocado a todos aquellos que pasaban por la oficina.

Pero la fiesta ha terminado abruptamente este verano. Se acabó el pescado en la despensa y ya no nos lo ofrecen. Quizá no sea mala cosa: alguno hay que ante tanta insistencia acabó pidiendo merluza y no le está sentando nada bien, porque era alérgico al pescado.

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