06 diciembre 2008

Como evitar la recesion (y III)

Tercera parte del artículo Cómo evitar la recesión

Pero todavía no hay asfixia. La financiación de los déficit públicos es difícil cuando los inversores están muy interesados en otras alternativas para su dinero, tales como las acciones y bonos. Sin embargo, actualmente los inversores huyen de dichos activos. Los pronósticos para la inversión en las empresas son malos, según indican las empresas de valoración y las encuestas de confianza. Recortes de empleo, caídas de precios de activos y empeoramiento de la restricción de crédito son también malos augurios para el gasto de los consumidores. Si las empresas temen que otros recorten sus gastos, eso las hará aún más prudentes. Este ciclo recesivo podría fácilmente alimentarse a sí mismo, dejando maquinaria y trabajadores en paro, y causando una caída de los ingresos fiscales. Un estímulo fiscal preventivo puede ayudar a evitarlo y apuntalar los ingresos fiscales.

Si las política monetaria y fiscal convencionales fallan, ¿qué nos queda entonces? Los pesimistas señalan las penurias de Japón, como lección de cómo la deflación de una burbuja de precios y un gran exceso de deuda puede hacer fracasar todo lo que la política monetaria y fiscal pueda aplicar contra la misma. Desde 1993 la economía de Japón se ha mantenido a flote por una fuerte endeudamiento del gobierno: la media anual de déficit presupuestario desde entonces ha sido más del 5% del PIB. La economía floreció a partir de 2003, gracias en parte a una gran intervención para debilitar el tipo de cambio, pero de nuevo ronda la recesión, aún más amenazante debido a la revaluación del yen. La deuda pública del Japón ha llegado al 180% del PIB, según la OCDE.

La triste lección es que las políticas convencionales no pueden impedir una prolongada depresión deflacionista. Pero al menos los encargados de formular políticas económicas parecen habérsela aprendido. La alternativa "atómica", diseñada en los Estados Unidos, pero inconcebible en Japón, consiste en financiar el gasto público o las reducciones fiscales por la impresión de dinero. Esto que requiere el banco central se coordine con las autoridades fiscales (que puede resultar más fácil en los Estados Unidos que en Europa). Se podría trabajar de este modo: el gobierno anuncia una reducción de impuestos y emite bonos para financiar la misma. Pero en lugar de venderlos a los inversores privados, se presentan ante el banco central a cambio de un depósito, y con cargo a éste se pagarán las devoluciones de impuestos a los contribuyentes. Este sistema es esencialmente el mismo que el proverbial "helicóptero" desde el que tirar dinero, pero con una contabilidad más limpia y una distribución de dinero en efectivo menos errática. Omite los bancos y los mercados de dinero, y pone directamente el dinero en los bolsillos del pueblo.

Convertir en dinero de esta forma una masa importante de deuda pública, forzosamente causará inflación. Pero para cuando hayamos llegado a estas medidas extremas, la inflación sería una bendición: una economía en la que los instrumentos convencionales de política hayan fallado estará sufriendo deflación. Una explosión de la inflación, puede aumentar los precios de los activos, aliviar el peso sobre los deudores (cuyo verdadera cruz es el aumento de la carga financiera por la deflación) y mejorar las finanzas públicas.

Algunos banqueros centrales se estremecen ante la idea. Algunos, no todos. Ben Bernanke, ahora Presidente de la Reserva Federal, recomendó este curso de acción para Japón en 2003 (cuando era gobernador de la Reserva Federal). De hecho, él fue más allá. Una manera de salir de una depresión, argumentó, es que los responsables económicos se comprometan a un período de creación de inflación, para romper las expectativas de deflación y curar las heridas causadas por las caídas de los precios.

Si todo lo demás falla, al parecer, la única forma segura de garantizar la solvencia de los sectores privado y público sería aligerar la carga real de deudas, así como aumentar los precios de los activos, gracias a la inflación. Es verdaderamente la última opción - el rescate de los endeudados mediante el sufrimiento de los ahorradores. En esencia, aunque no en grado, no es tan diferente de la política convencional, como los recortes de tipos de interés, que son una salvación para los deudores y un castigo a los ahorradores.

En conclusión, los planes de estímulo fiscal imponen un costo a todos los contribuyentes, incluso los que estaban bien situados para soportar una recesión. Pero el coste de una recesión prolongada, en términos de recursos ociosos, de pérdida de ingresos, la pérdida de habilidades y experiencia y una erosión en la confianza que mantiene unida la sociedad civil, sería mucho mayor.

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